Todo empezó este verano cuando yo no tenía ni idea del rodaje de una nueva película de los directores montillanos Antonio Urbano e Ignacio Ruz, y al parecer, ya llevaban más de un año con el proyecto en mente. Tras algunos cambios en el guión del largometraje, ya que de forma inesperada uno de los personajes más antiguos no podía participar en el proyecto, uno de los directores, del que puedo presumir ser hermana, me habló de un posible papel que yo podría representar, por falta de candidatos.
Pues bien, entusiasmada y emocionada, asentí ante aquella propuesta sin saber aún lo que se me venía encima. El rodaje se retomó en agosto, que fue cuando comenzaba mi participación. A partir de ese momento todo parecía ir demasiado deprisa: vestidos por aquí, pelucas por allá, maquillaje, texto, mucho texto memorizado minutos antes de empezar a grabar, y muchas horas… todos nos esforzábamos para que todo fuese perfecto pero poco a poco el cansancio se iba notando. Recuerdo días muy intensos, como la secuencia de “la cripta” en San Juan de Dios, o la persecución de los carritos, sí, eso lo recuerdo muy bien: ¡a las siete de la mañana me levanté aquel día!, pues uno de nuestros enemigos más temidos era el sol abrasador de las tardes de Agosto.
En resumen, el rodaje fue duro, muy duro, complicado y agotador. Al acabar, todos esperábamos con más entusiasmo del que nadie pueda imaginarse el día del estreno de la película, contando los días que faltaban y con ese cosquilleo que te entraba en la barriga cuando te parabas a pensar si le gustaría a la gente o si se venderían todas las entradas... y así fue. El teatro estuvo repleto, la gente hacía cola en la taquilla para comprar las últimas entradas, y a pocos minutos antes de empezar la proyección el elenco de actores estábamos tan nerviosos que no parábamos quietos en las butacas.
La gente reía a carcajadas con las escenas cómicas, saltaban de sus asientos cuando no se esperaban un buen susto y a algunos de los más sentimentales se les escapaba un débil “¡ooh...!” cuando Tony Zamora se despedía finalmente de sus locas aventuras como detective adolescente.
Los actores salen al escenario, saludan, la sonrisa no cabe en sus rostros y la gente aplaude, aplaude sin parar…nunca olvidaré esa escena, sin duda la mejor de la película.
Desde aquí quiero agradecer a todos los que han participado en este duro rodaje, que han hecho posible sacar algunas carcajadas a la gente y hacerles pasar un buen rato. Agradecerles, además, a todos ellos por dejarme participar en la trilogía de “My name is not Bond, James Bond” y haberme acogido tan bien. Por último, gracias a todas aquellas personas que nos han apoyado viniendo a ver la última aventura del detective más patoso de la historia.
por Begoña Ruz,
hoy que se cumple un mes del estreno.